lunes, 6 de agosto de 2007

Unamuno


Miguel de Unamuno estuvo durante una semana completa, en 1912, visitando con detenimiento el monasterio, particularmente la basílica; cuenta el P. Vicuña que los jóvenes seminaristas le llamaban “el mochuelo contemplativo” a causa de sus ojos redondos agrandados por las gafas; como de costumbre lleno de contradicciones y dudas, expreso con muy diversos acentos sus sentimientos ante la obra escurialense y su paisaje, pero es en “Andanzas y visiones españolas”, quizás el más maravilloso libro de relatos viajeros que sobre España se haya escrito, donde nos dejó unas expresivas líneas:

El único encanto de El Escorial es formar como parte integrante del paisaje de que está rodeado, lo cual no había sido previsto por sus constructores.
Y al llegar a El Escorial, desde esta plateresca y en gran medida churrigueresca Salamanca, la mayor parte de cuyos edificios no pecan, ciertamente, por su sencillez y severidad, sino que están recargados de follaje, mi vista descansaba en las líneas puras y severísimas del Monasterio de El Escorial, en aquella imponente masa todo proporción y todo grandeza sin afanosidad.
Eso de hablar de aridez repulsiva de El Escorial, como hablar de lo sombrío de su carácter, carece, en rigor, de valor estético, pues falta probar que lo árido y lo sombrío no puedan ser hermosísimos.