A Cruz y Manolo
De
repente, como queriéndonos sorprender con ese renacer en forma de presente
anual, has llegado para alegrar nuestros ánimos algo decaídos tras el aburrido letargo
invernal. Ya sé que esa es una de tus misiones, quizás la principal y la mas
apetecida, la de reconfortarnos comprobando que la vida sigue, que las plantas
y los pájaros reviven y que todo fluye hacia una nueva esperanza.
Y por
fin, aquí estás, con nosotros, que estamos ávidos de degustar hasta el fondo tus
destellos, tus aromas y hasta tus sonidos inigualables.
Es
verdad que no te sueles caracterizar por tu puntualidad; llegas cuando quieres,
cuanto te viene bien o cuando te mueven los designios de la misteriosa
meteorología. Te gusta hacerte de rogar, hacerte la deseada para convertirte en
algo importante en nuestras vidas. Y no vamos a echarte en cara esa veleidad de
fémina porque nos damos cuenta de que es inseparable de tu esencia.
Te
percibimos desde el primer momento en que, al asomarnos al muro del jardín de
los Frailes, en el paseo de África, nos vemos inundados por el albo reflejo
floral de los almendros que, sin previo aviso, se han vestido de gala para
anunciarnos tu llegada.
No
sé muy bien cómo calificar tu advenimiento: irrupción, invasión, desembarco, intrusión,…
en definitiva cualquier palabra que implique un súbito hallazgo, una aparición dulcemente
violenta, un cambio imprevisto. Y así, de repente, te metes dentro, en nuestros
sentidos, en nuestra vista y en nuestro olfato, nos alteras nuestra
sensibilidad y nos conmocionas. No te podemos comparar con las otras tres estaciones
hermanas porque, simplemente, tu eres la que significas vida para todos nosotros. Y esa es la gratificante dádiva con la que nos compensas cada año.
Pero
eres algo casquivana; cuando ya creemos que te poseemos, que estas entre nosotros
y empiezas a tintar de verde y blanco el paisaje que nos envuelve, entonces das
un respingo, desapareces y cedes ante el frío y los céfiros invernales que
vuelven a ser los dueños de la situación. ¿Será que, por ser mujer, nos vendes
cara tu presencia? ¿Será que, bajo una larvada coquetería, pretendes que, por
unos días, te echemos en falta?
El
filósofo dijo que el hombre sabio ama el campo. Si ello es cierto, con más
razón amará la primavera, pues ella es la que engalana los escenarios
campestres llevándolos hacia la sublimación y hacia el éxtasis cromático.
No
se me ocurre mejor forma de agradecer tu llegada que recitando los versos del
poeta:
Hoy tu alegre zalema
el campo anima,
tu claro verde en
yemas guarda,
fundida irá la nieve
de la cima
al hielo rojo de la
tierra parda.
Sí, ya
sabemos que tu estancia con nosotros será efímera como cada año, y bien lo
lamentamos.
Y es
que cuando pase tu fulgor, la tierra se volverá otra vez parda, tú te habrás
ido ya pero no importa, siempre nos quedarán la visión de tus
tonalidades rabiosas y el perfume de tus tallos tiernos.